A veces tengo otra identidad, porque soy cada uno de los personajes que viven en mis historias. Cuando me transformo en ellos visito los rincones de ciudades en las que ellos viven y que yo, hasta ese momento desconocía. Puedo ser un hombre o una mujer, creer en dioses diferentes o no creer en nada.
Escribir es para mí una forma de sorprenderme en el convencimiento de que todo o nada es lo que parece. Siempre hay un motivo al que precede una circunstancia, para que todo lo que María Montiel rechaza, a priori, se convierta en una duda que sobre mi mundo termina planeando, haciendo tambalear mis convicciones. Cuando escribo, tengo como objetivo intentar transmitir la posibilidad de pensar en lo que pudiera haber sido, si las circunstancias de una vida se plantearan bajo diferentes condicionantes; porque mis personajes me ponen delante de su pasado como causa de la deriva hacia su presente, por su condición de género y de creencias, que les hacen actuar de una u otra forma.
Una de mis mayores satisfacciones, como escritora, es encontrarme con lectores que me cuentan sus impresiones sobre mis historias. Además, si una de mis novelas coincide con vuestras vivencias, podemos intercambiar experiencias; las mías, resultado de mis indagaciones, y las vuestras, de experiencias reales. Así me sucedió con Carmen, que leyó mi libro “El Crimen en la Mezquita de Marwell”, ambientado en Damasco, y la casualidad quiso que nos encontráramos. Carmen estuvo casada, durante treinta años, con un hombre sirio, y vivió en Damasco. Ella me está contando la realidad que vivió y vive, pues tiene tres hijas que conviven con las dos culturas. ¡Algo extraordinario! Carmen y yo nos reunimos, ¡sólo para hablar de su vida! Yo le estaré eternamente agradecida.
